La historia de Toy Story siempre ha tenido esa capacidad de hablarle a cada generación sin perder su centro. No importa si la viste de niño, adolescente o adulto, siempre había algo que te acomodaba el corazón. Con la quinta entrega, la conversación ya no gira alrededor de celos entre juguetes o aventuras contra villanos excéntricos. El ruido viene de otro lado. Hoy el contrincante es más frío, más callado y más común: una tablet. Ese rectángulo brillante que vive en todas partes y que, para bien o para mal, define la rutina de millones de niños.
Lo más interesante es que la película no intenta esconderlo. No hace como si el mundo fuera el mismo. Al contrario, lo pone sobre la mesa. Antes, un juguete ocupaba las manos del niño durante horas. Hoy, esas mismas manos pueden saltar de la nostalgia del plástico al estímulo infinito de una pantalla con un simple toque. En muchos hogares de México, ese hábito ya es parte del paisaje. Entre tareas, juegos, videos y apps educativas, la tablet se volvió compañera diaria. Y los juguetes, que durante décadas fueron protagonistas completos, ahora conviven con un rival que nunca se cansa.
Un regreso que no llega a un mundo familiar
Woody, Buzz y Jessie vuelven intactos en espíritu, pero el entorno que los recibe ya no sigue sus reglas. Hay cariño, sí, pero compartido. Un segundo están en acción y al minuto siguiente aparecen desplazados por el brillo de la pantalla. Lo curioso es que la película no culpa a nadie. Ni al niño, ni a los padres, ni mucho menos al dispositivo. Simplemente muestra la vida como es.
Y ese es quizá el punto más fuerte del guion. La tablet no aparece como un enemigo clásico. No tiene gestos, no tiene intención, no hay risa macabra. Solo existe. Y su simple existencia altera la dinámica de la casa. Para los juguetes, ese tipo de amenaza es nueva. No se derrota con valentía, ni con un plan elaborado, ni con un salto de fe. Se enfrenta con paciencia, dudas y un poco de miedo.
En México, donde la tradición del juguete físico todavía respira entre puestos de mercado, ferias escolares y vitrinas modestas, la historia pega diferente. No se siente lejana. Se siente como una observación hecha desde la sala de cualquier casa común.
Woody y Buzz frente a una pregunta que nunca tuvieron que contestar
Si algo distingue a Toy Story es que sus personajes envejecen emocionalmente con la audiencia. Ahora esa madurez se hace más evidente. Woody, por ejemplo, empieza a mirarse a sí mismo con una vulnerabilidad que antes no necesitaba. Ya no basta con ser el favorito. Ya no se trata de ganar atención con una aventura. La competencia no es un juguete nuevo, sino un dispositivo que ofrece todo en un solo lugar.
Ese cuestionamiento lo vuelve más humano. Más real. Lo obliga a aceptar que la conexión emocional que durante años creyó sólida ahora depende de factores fuera de su control.
Buzz, en cambio, camina con otra calma. Su manera práctica de entender el mundo lo coloca en un punto interesante. Él observa la tablet igual que observa cualquier peligros o rareza en sus viajes: analiza, absorbe y sigue adelante. Esa capacidad de adaptación lo convierte en un pilar para el resto. Curiosamente, el más fantasioso de todos termina siendo el más aterrizado en el presente.
La tablet como espejo de nuestra realidad cotidiana
Hay algo profundamente cultural en la forma en que la historia usa la tablet. No como símbolo futurista, sino como reflejo de una época. Después de la pandemia, muchas familias mexicanas tuvieron que incorporar dispositivos a la vida diaria. Ya no eran solo juguetes digitales, sino herramientas de estudio, comunicación y entretenimiento.
Toy Story 5 toma ese fenómeno y lo convierte en parte natural de su narrativa. No juzga. No sermonea. Simplemente pone en pantalla el costo emocional de un cambio tecnológico que llegó para quedarse. Eso lo vuelve honesto. A veces incómodo, pero honesto.
La historia muestra lo que significa crecer en un mundo donde los juguetes siguen siendo mágicos, pero ya no son imprescindibles. Y ese equilibrio, entre nostalgia y vida moderna, es quizá lo que más conecta con el público mexicano.
Conclusión
Toy Story 5 no busca vivir del recuerdo. Usa la nostalgia como puente, no como muleta. Presenta una infancia distinta, más acelerada y más dividida entre lo tangible y lo digital. Y a través de los juguetes que todos conocemos, aborda un tema que muchas familias viven todos los días: cómo repartir la atención, cómo abrazar la tecnología sin desaparecer lo tradicional.
Si la película logra mantener esa sinceridad, podría convertirse en una de las entregas más profundas de la saga.
Opinión personal
A mí este rumbo me parece necesario. La infancia real ya no se parece a la de los noventa y Pixar lo sabe. Mostrar a los juguetes enfrentándose a un rival que no pueden derrotar con heroísmo clásico me parece un movimiento inteligente. Lo vuelve más humano, más cercano.
En México, donde convivimos con el dilema entre lo que fuimos y lo que somos, esta historia puede detonar conversaciones valiosas entre padres e hijos. Tal vez sirva para equilibrar tiempos, para recuperar un poco del juego físico sin despreciar lo digital.
Yo sí quiero verla. No por nostalgia, sino porque me interesa saber cómo estos personajes que nos acompañaron por décadas navegan un mundo que ya no gira alrededor de ellos.